lunes, 4 de abril de 2011


El Presbítero Maestro es la última morada de grandes héroes y poetas.


MUERTO EN EL RECUERDO


La majestuosidad con la que fue construida desaparece poco a poco.


Eran las 06:30 pm. cuando, acompañada de una amiga, llegamos al Cementerio Presbítero Matías Maestro, el cual abrió sus rejas para recibirnos, en medio del bullicio de los carros que resulta una continua molestia para las almas que descansan en este recinto.

Visitar el Presbítero Maestro es recorrer muchas historias. Cuando vimos el panorama nos dimos con la gran sorpresa que todo en el Presbítero está por acabarse, sus rejas adoloridas ya sienten el paso de los años. El color blanco con el que fue pintado, como símbolo de descanso, se ha convertido en uno oscuro en penurias. Lo mismo ocurre con sus pasillos y, el piso rajado, se lamenta todo el peso que ha tenido que soportar.


Al entrar nos recibe un cristo pacifico como símbolo del catolicismo y, mientras el aire como un soplo de imaginación, trae consigo nombres de miles de personajes enterrados en este monumental cementerio; el cual fue construido en el siglo XIX, por orden del Virrey Fernando de Abascal, y bajo la dirección arquitectónica del escultor, arquitecto y pintor Matías Maestro, de quien no se tiene fotografías. Éste artista descansa en la entrada principal del camposanto, resguardado bajo la mirada tierna de un ángel con señal al cielo y cabizbajo.


Convertida también en última morada de grandes personalidades, el Presbítero nos acoge en sus fríos pasillos en penumbras como si se tratase de una cuna de historias no explotadas que pide a gritos restauración, pues han pasado ya 200 años desde su inauguración, los cuales han tratado cada día peor a este museo – cementerio.


Esto lo podemos percibir fácilmente al llegar al cuarto cuartel, donde podemos encontrar a conocidos personajes, uno de ellos es el “Conde de Lemos”, Abraham Valdelomar, quien descansa entre el polvo y el olvido, pues su tumba sencilla se encuentra en estado deplorable, y las rajaduras delatan el paso de los años. Asimismo, podemos hallar otras historias, pues dado a la antigüedad de este cementerio, se ha convertido en el lugar propicio para quienes practican la brujería, esto se percibe en casi todos los pasillos.


En éste ambiente se pueden ver numerosas piezas de vestiduras, así como hojas quemadas, residuos de velas y tumbas profanadas, pues estas personas no respetan a los muertos. Caminamos un poco más y llegamos al Pabellón de la resurrección, donde se encuentran las primeras tumbas que albergó este camposanto. La más antigua de todas data de 1810, en la cual se encuentra sepultada Maria de la Cruz y de la Luz, una beata limeña, que se ha convertido en la santa del pueblo, debido a que sus fieles devotos le llevan hasta su tumba flores y recuerdos, por una ayuda milagrosa. Caminar por el Presbítero y sus alrededores es un recorrido largo y agotador.


En éste paraíso donde duermen las almas para siempre, se haya también ubicado la tumba de Ciro Alegría, la cual yace en el olvido, marcada con rastros de las lechuzas, y césped dorado, es así como nos podemos dar cuenta que la muerte es ingrata y no reconoce a una de las mejores plumas literarias que ha tenido el Perú.


Llegamos al pabellón principal donde se encuentra sepultado “El Cantor de América”, José Santos Chocano, asesinado en Chile, luego trasladado a Perú, y quien en agonía pidió ser enterrado de pie, y justamente es así como se encuentra. El pasto verde que rodea su metro cuadrado se halla junto a unas flores que una admiradora le lleva cada viernes, pues ha decido no dejar en el “Idilio de los volcanes” a este memorable poeta.


A prácticamente 50 metros de distancia de este elegante recinto donde los monumentos son el recuerdo más palpable de su historia, se encuentra el sepulcro de Alfonso Ugarte, quien sacrifico su vida lanzándose del morro de Arica para evitar que el Pabellón Nacional cayera en manos del enemigo. Su tumba esta cuidado por una virgen que hace un llamado a la tristeza como símbolo de lo terrible que es perder a un hijo.


Eran nueve de la noche, cuando el guía nos avisaba con la mirada, que era hora de retirarnos, y el ulular de la lechuza, como un regalo de intenciones ocultas, hacía pensar que no quería a desconocidas en su ambiente.

Aún así no hicimos caso, y nos aventuramos a recorrer un lugar alejado y temido; es así como se encuentra un pabellón de este cementerio y no es para menos, ya que es el de los suicidas. Una energía fuerte se siente en este lugar y se puede ver algunos nichos rajados como símbolo de una vida trunca que se pierde en la desolación y el estado trágico de abandono. El polvo adorna sus sepulcros, los cuales algún día fueron del color de la paz, hoy han cambiado por el de negro, producto de la falta de cuidado, como si pagaran la condena de haber decido quitarse la vida cuando aún tenían mucho que dar.


Algunos de estos nichos narran la característica de esas personas, o el porque decidieron adelantarse a la voluntad de Dios. Este cementerio cuenta con más 766 mausoleos entre la de personajes conocidos y no conocidos, es un camposanto demasiado grande, como un mundo que mantiene viva a la muerte, muerte que amenaza con acabar poco a poco al mismo Presbítero, pues el olvido con el que se trata a ese patrimonio monumental hacen que sus avenidas se sientan cada vez más mortuosas.

Es así como termina el recorrido en Presbítero Maestro, ante la mirada atónita de las lechuzas, quienes en todo el camino no nos perdieron de vista. Seguí mirando intensamente las luces del cementerio, sin emoción, sin alegría, como si estuviera llegando después de un viaje normal al ver la tristeza con la que se trata a dicho lugar.

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